Quiero empezar el año con algo distinto; con un artículo dedicado a mi perrilla Maggie.
Desde el pasado verano somos uno más en la familia. No, no hemos tenido un hijo, no; no están los tiempos como para eso; la jubilación de mi mujer y la muerte de nuestra anterior perra, Shiva, ha propiciado la adopción del nuevo miembro. Andábamos buscando un animal de compañía de tamaño reducido que sustituyera el vacío que nos dejó nuestra anterior compañera, una schnauzer gigante de carácter irrepetible que dejó un hueco tan grande entre nosotros como su propio peso.
Desde el pasado verano somos uno más en la familia. No, no hemos tenido un hijo, no; no están los tiempos como para eso; la jubilación de mi mujer y la muerte de nuestra anterior perra, Shiva, ha propiciado la adopción del nuevo miembro. Andábamos buscando un animal de compañía de tamaño reducido que sustituyera el vacío que nos dejó nuestra anterior compañera, una schnauzer gigante de carácter irrepetible que dejó un hueco tan grande entre nosotros como su propio peso.
Una familia madrileña quería desprenderse de su mascota, un
bichón maltesse de 4 años llamado Maggie. Algo así buscaba Mercedes, mi mujer; Shiva,
por su tamaño - 37 kilos- se hacía ingobernable para ella, por lo que era yo el
encargado de su mantenimiento. Pasamos de 37 a 2 kilos tres cuartos. Esta vez ya
no tiene disculpa: paseos, alimentación, acicalamiento, veterinario… correrán
de su cuenta. Aun así, en cuanto puede me lo encasqueta para que lo saque a
hacer sus necesidades.
Es gracioso el animal. No es especialmente amante de la
calle; cuando está en casa está deseando salir, pero cuando sale está deseando
entrar. No sé si eso tiene una relación directa con su condición femenina o va
con el marchamo de la raza. Nada más salir, y como preliminar antes de hacer
pis, gira como si quisiera morderse la cola, entre tres y diez veces. Una vez
depositado el líquido elemento retoma su dignidad. A la hora de depositar sus
residuos sólidos efectúa una especie de baile ritual marcha atrás que suele
desembocar en el pié más cercano, por lo que conviene prestar atención.
Una de sus habilidades es su destreza para localizar
excrementos. Va por la calle con el morro bajo para que su órgano olfativo
pueda restringir el área de localización. Es una gran detectora de mierdas
ajenas. No se deja una sin oler.
Si otea a uno de su especie, independientemente de su tamaño
y corpulencia, hará ademán de lanzarse hacia él a la vez que ladra como una
posesa; cuando considera que el animal se acerca demasiado a su espacio vital
busca refugio detrás de sus amos hasta que considera que el peligro ha cesado;
es entonces cuando retoma valerosamente su actitud belicosa. También la tiene
tomada con los vehículos a ruedas, con especial predilección por las
motocicletas de baja cilindrada, sobre todo si llevan detrás una caja blanca esparciendo
olor a pizza. Si por ella fuera el repartidor no llegaría a su destino. Me
pregunto si no habrá sido uno de ellos en otra vida.
Una vez en casa nos alegra con su presencia constante
(insistente, diría yo). La soledad es una enfermedad de la que no está
vacunada. No concibe estar sola ni para comer: tiene su comedero sobre una
pequeña alfombra en la cocina, pero si estamos en el salón no duda en traerse
la comida en la boca y depositarla en la alfombra del salón, mucha más grande y
generosa, para engullirla allí.
Le compramos una pequeña verja de madera para interponerla
en su habitación por la noche, ya que, tenía la costumbre de venir a nuestro
dormitorio a media noche a hacernos una visita con el consiguiente sobresalto.
Así que, para ahorrarle los paseos nocturnos, optamos por colocarla en la entrada
de su habitación; pero debe considerarlo una ofensa a su dignidad y lo demuestra
con gemidos de variados tonos y volúmenes, de forma que ha conseguido que el
artilugio quede ubicado en la puerta de nuestro dormitorio. Al principio era
más hábil que nosotros y conseguía colarse en la habitación antes de que lográramos
instalarla, por el viejo método de seguirnos a nuestra espalda, de forma que,
creyendo que se encuentra al otro lado de la valla, aparecía ante nuestros ojos
al darnos la vuelta. Una vez, incluso, nos dimos cuenta al día siguiente,
cuando la vimos dormitando tranquilamente a los pies de nuestra cama. Pero eso
era antes, ahora no la quitamos el ojo de encima hasta que anclamos la valla.
Aunque los encerrados ahora seamos nosotros y tengamos que
recordarlo si se nos ocurre levantarnos de noche (que ya ha pasado), ella
parece estar más conforme. De eso se trata ¿no?, de que esté a gusto con nosotros.
Nunca podrá sustituir a Shiva, pero el hueco que ha cogido, tampoco podrá ser sustituido por nadie
ResponderEliminarShiva ha hecho historia en nuestro corazón. Me entristece solo el pensar que ya no está con nosotros. Pero así es la vida.
EliminarTu comentario me recuerda la letra de una canción de Alberto Cortés que te da la razón y que empieza así:
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Gracias por tu comentario, hijo.