Los abnegados habitantes de este
curioso país tienen más que de sobra datos sobre todo lo que nos han obligado a
dejarnos por el camino para remontar una crisis que la gran mayoría ni ha
creado ni ha merecido.
Los recortes en todos los
aspectos que configuran el Estado de Bienestar han sido y están siendo
brutales; hasta el punto que muchos no pueden con ello y acaban poniendo fin a
su vida antes de lo que tenía calculado.
El gobierno de turno no duda
arañar monedas siempre y cuando su estatus no se vea afectado. La historia se
repite y ahora no iba a ser menos. Ya en el Código Teodosiano (año 438), se demuestra que el derecho está siempre al
servicio de la dominación de la casta en el poder.
La respuesta de los ciudadanos,
reconozcámoslo, no ha sido lo contundente que la situación se merece. La apatía
reina en este país cuando de quejarse se trata. Nunca hemos sido un país de
reproches, de opinión discrepante, de reclamación escrita, de denuncia. Sí lo
somos del cuchicheo, del boca a boca, de la queja familiar. Hay historiadores
que creen que es genético, que la expulsión de los judíos y musulmanes en la
España medieval marcó un antes y un después en nuestro carácter, obligados,
como estuvieron, a justificar su fe religiosa y no ser tomado como hereje por
la Inquisición; poco proclive, como “buen” cristiano, a la protesta pública y
sí al acatamiento y el sufrir en silencio.
Pese a ello, siempre hay quien no
está de acuerdo con lo que está pasando y que, además, lo expresa públicamente
queriendo dar testimonio de su derecho a no estar de acuerdo, cosa que, por
otro lado, reconoce nuestra Constitución mientras no la cercenen de nuevo.
La imagen que España está dando
en los medios de comunicación de todo el mundo no es la que les gustaría que
fuera a los salvadores de la patria. No hay día sin manifestación en Madrid,
cuando no hay tres o cuatro a la vez. Las fuerzas públicas han tenido que ser
reforzadas por destacamentos de otras provincias. Esto parece que es suficiente
para los dirigentes políticos: han decidido incrementar el gasto en material
antidisturbios. ¡Curioso destino del dinero público para una país democrático!
De 173.670 euros presupuestado en 2012, hemos pasado a ¡3.260.000!. Un
incremento de más del 1800 % para que los antidisturbios puedan ejercer sus
habilidades con más contundencia.
Durante muchísimos años los
juzgados han estado abarrotados de documentación por falta de modernización del
material administrativo, pero eso no ha importado, el objetivo es “convencer” a
los ciudadanos díscolos de que las cosas no se arreglan por ahí, que tienen las
de perder. El Estado tiene el monopolio de la violencia. Justifica esta en base
a la necesidad de salvaguardar el “estado democrático”. El incremento del
parque policial, tanto en medios humanos como materiales, no deja atisbo de
duda respecto a la reacción que prevé de la ciudadanía.
A las balas de goma que ahora tan
mala prensa tiene por haber separado algunos ojos de sus legítimos dueños y los
cañones de agua que tanto impactan en las fotografías de los reporteros
gráficos, se les va a sumar un armamento más contundente y discreto a saber:
-Fusiles láser y otras armas ópticas que disparan un chorro de luz
capaz de provocar ceguera transitoria o definitiva.
- Cañones de sonido que aturden al generar vértigo, espasmos,
confusión mental y náuseas.
- Cañones de microondas que provocan quemaduras y dolor.
- Fusiles electromagnéticos que causan ataques semejantes a los
causados por la epilepsia.
- Pistolas de energía termal que elevan la temperatura corporal.
- Lanzadores de espuma que inmovilizan a las personas pegándolas al
suelo.
- Pistolas eléctricas que provocan dolor y caídas al generar
incapacidad de coordinación muscular.
- Gases paralizantes o irritantes.
- Armas psicotrónicas que pueden provocar trastornos mentales
transitorios (como oír voces en el cerebro)
- Armas de apresamiento que lanzan redes a las personas que se quiere
inmovilizar; las redes pueden estar electrificadas para provocar inmovilización
por descargas eléctricas.
Estas son algunas de las “joyas”,
pagadas de nuestros bolsillos, que van a
adornar a nuestros cuidadores. Es por nuestro bien.
¡Nadie quiere muertes! Es
suficiente con heridos. Los muertos se abandonan, pero los heridos deben ser
atendidos, eso implica otra ventaja para los armados, pues se deben emplear personas
y recursos del bando contrario para el socorro, lo que repercute en una reducción
de las fuerzas a reducir. ¡Ah! Y no nos olvidemos el efecto psicológico y
desmotivante que deriva de ello.
La industria armamentista sabe
que tiene ahí un nuevo filón. Estas armas paralizantes ya han sido probadas en
escenarios bélicos recientes, por lo que, quien las adquiera no debe temer
sobre su efectividad, está garantizada. Eso sí: si se hace un mal uso de ellas,
la empresa no responde, claro.
¿Qué podemos hacer frente a este
abuso de poder?
- Evitar el enfrentamiento si tus condiciones físicas no te lo
permiten: la lucha es muy desigual y estas armas inhabilitantes no
discriminan; sus efectos pueden ser
letales si padeces algún tipo de enfermedad, sobre todo cardíaca, respiratoria
o psicológica.
- Hay leyes internacionales que
teóricamente protegen al ciudadano (Convención sobre la tortura, o los
Convenios Internacionales sobre el uso de las armas químicas) pero ese camino
es largo, muy largo y no siempre termina bien.
- Concienciarse, de una vez por todas, de algo
que, no por muy dicho deja de ser menos cierto: el poder corrompe y, por tanto,
debe ser lo más distribuido posible y perfectamente controlado por quien coloca
en la cúspide a esta gente.
- No dejarte engañar con la
palabrería de los políticos. Llévate por los hechos, por la trayectoria pública
y personal y profesional.
Cuando una gobierno precisa de invertir en
material antidisturbios para consolidarse mientras desabastece al país de lo
más básico, como la educación, la justicia, la sanidad o el empleo, es porque
algo anda mal, muy mal, y el que no lo quiera ver es que no es de este planeta
o se merece estar viviendo esta pesadilla.
Miguel de Unamuno, el 12 de
octubre de 1936, en plena celebración del Día de la Hispanidad, en medio de
todos los fascistas allí presentes en el acto, entre los que incluyo a José
María Pemán, cuando le llegó el turno de discursar y después de poner a caldo a
Millán Astray y su célebre “¡Viva la
muerte!”, terminó diciendo:
"Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis.
Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os
falta: razón y derecho en la lucha".
Solo me queda la esperanza de
que, al menos, no convenzan y, en su soledad, se batan en retirada.
