viernes, 18 de enero de 2013

EL BESO



    Esta mañana he sido sorprendido gratamente por un hecho poco habitual. Dos personas ya entrada en años se besaban en la boca en medio de la calle. Ya sé que es muy corriente ver a jóvenes y adolescentes hacerlo, pero no lo es tanto en personas adultas y menos aún en personas mayores. He sentido alegría, por lo inusual y placentero del hecho. Se imagina uno a esas personas en un estado de felicidad  y desinhibición elevado, no fruto de la pasión física, sino algo más profundo, algo que solo se consigue con el tiempo; como el vino de reserva, que necesita envejecer para tomar cuerpo, adquiere otras cualidades imposible de exigir en un vino joven. Este acto de amor, que tiene su referente físico en los labios, tiene sus raíces en el corazón.

No entiendo cómo hay ciudades que prohíben, multan y hasta condenan con la privación de libertad, besarse en público. Aunque no son los únicos, Estados Unidos se lleva la palma de la excentricidad. En el estado de Iowa pueden ser sancionados los hombres con bigote que lo hagan. Y en Maryland no puede sobrepasar el minuto de duración. Creo que estas normas están hechas por las mentes más estrechas y más amargadas del país.  

Recordando a  Fernando Fernán Gómez en Esa pareja feliz cuando intentaba vender en vano un aparato de radio montado en su humilde casa al son del eslogan “¡A la felicidad por la electrónica!”, yo propondría una campaña institucional con el lema "¡A la felicidad por el beso!". Pero lejos de eso, me temo que, con los tiempos que corren, estemos más cerca de lo contrario y el ayuntamiento de turno encuentre en ello un motivo más para incrementar sus arcas y terminemos formando parte de ese grupo gilipollesco de ciudades  anti-beso.

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