La amenaza de moción de censura al presidente del gobierno
Mariano Rajoy y el interés que ha suscitado en los medios de comunicación
nacionales y extranjeros su implicación en el caso de corrupción aireado por la
prensa, según las pruebas caligráficas del extesorero del Partido Popular Jesús Bárcenas, han obligado a aquel a comparecer, muy a su pesar, en el
Congreso.
A tenor de las valoraciones posteriores hechas por los especialistas
en la materia, no ha salido tan mal parado como se suponía. Si hubiera previsto
estos resultados quizá no habría esperado tanto en presentarse, pero el
presidente del gobierno ya nos ha demostrado que no se caracteriza precisamente
por acertar en las previsiones.
Vaya por delante que no escuché su alegato defensivo. Mi
grado de masoquismo no es tan alto, y la
experiencia que me da la edad me obliga a no creerme nada de los discursos
políticos, por lo que oírlos me parece, cuanto menos, una perdida de tiempo.
Por lo poco que valen: por lo que esconden, por lo que callan y por lo que no dejan ver, los discursos
políticos han pasado a ser, junto a los culebrones y las noticias del corazón,
el entretenimiento mas peligroso de la masa media ciudadana. Han creado un
lenguaje nuevo para hacer parecer al ciudadano lo que no es, para zafarse de
las dificultades y confundir al incrédulo desviando su atención de lo principal.
Da igual el signo del partido que discurse, es una endemia que afecta a nuestra
clase política en mayor o menor medida. En política solo deberían valer los
hechos, pero en este país vivimos más de
lo que nos cuentan que de las realidades. Y así nos va. Nos hicieron ver que
“España va bien” ("fin de la cita") cuando se estaba creando la burbuja inmobiliaria, y nos lo creímos.
Ahora nos dicen que “España va mejor” ("fin de la cita") cuando el país se desangra, y muchos
todavía lo creen.
Pero, aunque no me lo tragué, sí he de decir que, en los
comentarios posteriores, me ha chocado mucho encontrar, junto al desarrollo de
la noticia y como parte informativa de la misma, la inclusión de la última encuesta
(barómetro de la opinión pública nº 2993) del Centro de Investigaciones
Sociológicas, que tienen como principal objetivo medir el estado de la opinión
pública española del momento.
Observo que la encuesta en
cuestión fue realizada entre el 1 y el 10 de julio, por lo que incluirla como
información adicional en la noticia del discurso de Rajoy acaecido el 1 de
agosto, no me parece apropiado e incluso me atrevo a decir que, informativamente
hablando, no tiene sentido, pues, hasta ahora, un acto producido con
posterioridad a la encuesta, no produce efectos sobre la misma, ¡al menos que
exista un Real Decreto que obligue a ello y yo lo desconozca!.
Esos datos, fiables o no, se
corresponden al mes de junio, el último barómetro mensual efectuado por el
organismo estatal. Y en esto no han caído, o no han querido caer, la inmensa
mayoría de los medios de comunicación. Parece que se pretende enfatizar con
ello en la fluctuación del grado de populismo que los partidos políticos han
obtenido tras el evento cuando no es así.
Esperemos pues al próximo
barómetro del mes de septiembre del CIS -en agosto descansan- para conocer el
grado de afectación del discurso en la opinión pública del país, si no se
producen más recortes (“reajustes” llaman ellos) que influyan también en la estadística.
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