Con la crisis a cuestas
Anoche me acosté tarde. Sobre la una. Tuve un día algo fuera
de lo corriente y apenas pude leer algo antes de apagar la luz; una costumbre
que tengo desde hace tiempo.
Me despiertan los sueños que se agolpan en mi cabeza y que
pujan por salir. A las cinco y media ya estoy dando vueltas. Me jode porque a
la una o las dos ya me vuelve a entrar sueño. Menos mal que no tengo que ir a
trabajar.
Sin nada mejor que hacer vuelvo a darle vueltas a la
situación actual de nuestro país y de nuestro entorno. ¿Se estará convirtiendo
en una obsesión?.
Se me ocurre levantarme y aprovechar el tirón de una
imaginación calenturienta en su apogeo en horas nocturnas. Es curioso como
divaga la mente por la noche. Todo se magnifica. Lo malo se vuelve
retorcidamente malo y lo bueno se hace inmaculado.
Y en esas estoy. Que, mientras mi mujer me honra con su
presencia al otro lado de la cama, a mí me da por elucubrar sobre la dichosa
crisis y los recortes que nos abruman, ¡tócate los huevos!. Y termino por
pensar: si al menos se me ocurriera algo digno de ser contado…, si todas estas
vueltas en la cama sirvieran para escribir unas líneas…, si mi febril
imaginación no se desvaneciera al ponerme en posición vertical… ¡Porque esa es
otra! No sé si a los demás os pasa pero es enderezarme, es sentir que mis
constantes vitales vuelven a coger su ritmo… y todo lo que me pasa por la
cabeza con la oreja pegada a la almohada, deja de tener sentido; o, al menos,
el sentido que parecía tener cuando la luz permanecía apagada. Como si los
pensamientos que me zumbaban en la cabeza se desparramaran por el resto del
cuerpo y ya no hubiera forma humana de encontrarlos. ¿Será por la posición? Un
día tengo que intentar recoger mis reflexiones en posición decúbito.
Pues eso. Me levanto. Con cuidado para no despertar a mi compañera.
Parece que lo he conseguido. En el cuarto donde está el ordenador se encuentra
también mi perrilla. Dos quilos ochocientos de ser vivo. Esa sí se ha percatado
de mi presencia. Me mira con ojos saltones pero sin moverse de su cama (ella
parece más lista). Enchufo el ordenador y entro en el Word antes de que sea
tarde y no sepa qué estoy haciendo aquí.
Bueno, el tema que me ha traído hoy aquí, a estas horas de
un día de fiesta en el que mi familia aún esta acostada, es el momento político
y social por el que estamos pasando y al que nos han llevado los que su poder
adquisitivo multiplica al menos por diez el mío. Antes de levantarme estaba
equiparándolo a un transatlántico; de esos que ahora abundan tanto y que de vez
en cuando nos alarman con alguna que otra desgracia. Se me antoja que este
barco en el que vamos ha entrado en una tormenta y que andamos dando bandazos a
merced del líquido elemento. Lo que en un principio empieza por un susto se
vuelve, al poco tiempo, un caos. La gente no sabe qué hacer. El juicio es lo
primero que se pierde y el hueco lo
ocupa el desconcierto. Salvo honrosas excepciones, el ¡sálvese el que pueda! es la máxima no escrita que domina las
mentes de los pasajeros. Nadie piensa en algo que, aun siendo real, en esos
momentos no cuenta: la tormenta no es infinita en el tiempo; tarde o temprano
amainará aunque el barco dejara de ser barco. No. En esos momentos el cuerpo se
encuentra en alerta máxima y solo cuenta ese segundo, no cuenta ni el anterior
ni el siguiente. Mientras dura la tormenta, muchos objetos dejan su posición
natural y pasan a ocupar un lugar más adecuado al momento, aunque para ello
hayan perdido por el camino su forma primitiva. Pasajeros y tripulación sufren
peligros reales que pueden provocarles incluso la muerte.
Uno no sabe si sería mejor abandonar el barco. Con el cuerpo
hecho unos zorros como mal menor y viendo desde el ojo de buey del camarote las olas zumbar ahí fuera, prefiere probar
suerte agarrándose a algo firme. Si lo encuentra. Descompuesto por arriba y por
abajo, su destino, piensa, se encuentra en manos del capitán. Solo espera que este
efectúe las maniobras correctas para capear el temporal con el mínimo riesgo
para su vida, pero… ¡qué ocurre! Observa por el ventanuco aquel que las olas
gigantes esas vienen hacia él por el costado. En un instante de lucidez
recuerda que por algún lugar leyó que las grandes olas se toman por la proa si
no se quiere naufragar a las primeras de cambio. Su miedo se torna en terror. ¡Dios!
Resultó ser que el capitán del barco aquel se había corrido
una juerga padre (a cargo de los pasajeros, claro) y estaba beodo perdido, pero
muchos de esos pasajeros, no lo sabían y
confiaban en él. La juerga había sido
privada.
Estoy seguro de que saldremos de esta tormenta, pero habrá
que ver cuantos serán los desperfectos, cuantos de ellos irreparables y cuantas bajas producirá la incapacidad
del capitán.
Y ese capitán era......redoble de tambor.....
ResponderEliminarZapatero!!, y como no se mantenía en pie, le quitó las llaves del vehículo.... Rajoy, el que le suministro las drogas, y que a su vez, iba tan colocado (o más) que su compañero ¬_¬
Esto me recuerda a una escena de uno de los capítulos de los Simpson, en la que, Marge dice que va demasiado borracha para conducir, y Hommer dice de coger el las llaves para conducir. Terminan en la cuneta, y cuando escucha llegar a la policía, coloca a su compañera en el asiento del conductor.
¡Me ganas en imaginación!
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